Dariana Marchan
Al leer el artículo de Pere Marquès (2001), "Usos educativos de Internet: ¿Hacia un nuevo paradigma de la enseñanza?" , es inevitable contrastar sus ideas con la realidad actual. En 2001, Internet era una herramienta emergente en las aulas, y el autor ya vislumbraba su potencial para transformar la educación. Sin embargo, hoy podemos evaluar cuánto de aquella visión se ha cumplido y qué aspectos quedaron cortos ante la evolución tecnológica y pedagógica.
Marquès destacaba funciones clave de Internet: comunicación, formación, entretenimiento y servicios. Su enfoque en la democratización del conocimiento y el aprendizaje colaborativo sigue vigente, pero con matices. Por ejemplo, subestimó la velocidad con la que la inmediatez y la sobreinformación afectarían el aprendizaje crítico. Hoy, no solo accedemos a recursos educativos, sino que enfrentamos desafíos como la desinformación y la distracción digital.
¿Qué ha cambiado y qué no?
- Sí ha cambiado:
- Accesibilidad: Internet ya no es un lujo, sino una necesidad básica. La brecha digital persiste, pero hay más iniciativas para reducirla.
- Herramientas: Plataformas como Moodle, Google Classroom o Zoom han redefinido la enseñanza, especialmente tras la pandemia.
- Contenidos interactivos: Los MOOCs, podcasts educativos y la inteligencia artificial (como tutores adaptativos) eran impensables en 2001.
No ha cambiado:
- El rol del docente: Marquès acertó al decir que Internet no reemplazaría al profesor, sino que lo transformaría en un guía. Hoy, sigue siendo esencial la mediación pedagógica.
- Riesgos: Ya alertaba sobre la infoxicación y la calidad de la información, problemas que se han agravado con las fake news y el exceso de fuentes no verificadas.
Como estudiante, he vivido ambas caras: la libertad de aprender con recursos globales (como Khan Academy o Coursera) y la frustración ante la saturación de datos. Internet amplió mis oportunidades, pero también me exigió desarrollar alfabetización digital para discriminar contenido útil. La educación en línea, aunque flexible, demanda autodisciplina, algo que el autor no profundizó en su momento.
Marquès anticipó muchos cambios, pero Internet superó sus predicciones en escala y complejidad. Su artículo es un buen punto de partida para reflexionar sobre cómo adaptarnos a un mundo donde la tecnología avanza más rápido que la pedagogía. La pregunta ahora no es si Internet transformará la educación, sino *cómo podemos usarla de manera ética y efectiva* para no perder el rumbo del aprendizaje significativo.
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