Ileane Tolosa Virgüéz
¿Qué
es necesario para que esto suceda? El encuentro. No como definición teórica, sino como
realidad donde coinciden historias y personas en relación. Generación de
educación de papel y pizarra con generaciones digitales. Hablamos de una experiencia de mutuo
acompañamiento en esta era digital.
Hablamos del a la vez entre la
enseñanza y el aprendizaje, igualmente necesario en la asignatura de Educación de la Fe. Hablamos de realidad humana con talante
humanizador.
Actualmente
nuestra sociedad está reclamando de ese
aporte particular producto de dicho encuentro.
Palpamos un clamor ya no tácito sino explícito especialmente para
habitar el espacio donde nos movemos y el “continente digital”, como lo llamó
el Papa Benedicto XVI. Lugar para habitar pero con talante humano y
humanizador, si no de nada sirve tanto avance y tanta tecnología. Docentes que
dobleguen la resistencia a la actualización existencial y pedagógica, y
estudiantes capaces de solicitar humildemente el acompañamiento e iluminación
estratégico para saber estar en lo que es propio a su generación. De allí que
precisemos asirnos de esa valija que nos provee la historia relacional: Los
valores.
Por
lo que, corresponde superar esa sombría percepción que cada vez verbalizamos en
frases comunes como: “se han perdido los valores”. Y preguntarnos: ¿quién los perdió? ¿Perdidos?
¿Robados? ¿Secuestrados?. Los valores ¿están en nosotros? ¿Dentro de
nosotros? Y si es así, entonces ¿quiénes
son los perdidos? ¿Los valores o nosotros? ¿Qué tal si son los valores los que
nos buscan a nosotros? Considero que
desde estas reflexiones hay que reconocer que el enfoque no ha sido el
adecuado. Nos equivocamos al hablar de
valores como algo externo o ajeno a nosotros mismos.
Se
puede imaginar, más bien, a todos los valores buscándonos para que los
devolvamos a la luz de la vida. Que ni
ellos ni nosotros sigamos “perdidos”, sino más bien trabajando en equipo. Ellos tomando nuestra carne y nuestra sangre
para dar respuesta ante tanta necesidad actual.
Hacer que eso suceda amerita el arte, la pericia de un pedagogo, un
maestro, ¿y por qué no darle cabida a
otro nombre? Un acompañante que conduce el viaje a la interioridad para sacar
eso mejor, si se quiere lo más preciado, que tienes para ofrecer: tu don
particular. Ciertamente, la sociedad
actual necesita ese don que cada quien tiene para aportarse[2], pero más urgente es la
presencia y consciencia de esos acompañantes que conduzcan a la luz en medio de
tanta oscuridad.
Acompañantes en este tiempo
Acompañantes
que sepan convivir con lo propio de la tecnología de nuestro tiempo, que caminen
también por “las calles digitales”, como nombra el Papa Francisco al internet y
que ayuden a dar consistencia humana a la ya iniciada generación de memoria
portátil. Acompañantes capaces de diseñar posibilidades de aprendizaje y
propiciar en el aula facilidad para el uso de las TIC como modo de valorar su
lenguaje y promover la comunicación. Acompañantes que palpiten vivos en la
memoria de cada ser humano; que liberan a los empolvados valores desolados
entre los barrotes de la cárcel de la indiferencia y cuyos custodios son el
egoísmo, la vanagloria y la prepotencia[3].
Acompañantes que también se dejan acompañar. Esos que reconocen son más del ejercicio con lápiz, papel y pizarra, que computadoras, internet, programas, aplicaciones y demás. Porque, el objetivo jamás puede ser el hecho de vaciar contenidos que además deben memorizar al pie de la letra, y hablando de Educación de la Fe, disfrutar cada encuentro para mostrar y compartir la fe personal, inventar estrategias que acerquen, muy especialmente desde su lenguaje, a la mejor manera de referir la fe, a Dios, Jesús, María, los otros… ayudar a relacionarse con los que ven y conocen para intuir cómo hacerlo con quienes no vemos y poco conocemos. ¡Trascender!
Ejercitar la
concentración, la contemplación y el silencio para aprender a afinar la
escucha. Es decir, una “clase” de
Religión no está exenta de la tarea de innovar y actualizar la enseñanza
cónsona con la vida y la historia de quienes forman el ámbito educativo. Por eso la imperiosa necesidad de
acompañantes, que asumen su responsabilidad de pedagogos y llevan de la mano
por el camino de humanización. Valerse
de variedad de estrategias y tenerlas como aliadas en esta misión. La música,
cantos, danza, pintura, dibujo, cuentos, juegos, dinámicas…que también puedan
ser plasmados de manera interactiva en aulas dotadas para alcanzar competencias
digitales también. Acompañantes que ayudan a entrar en contacto con la vida,
con las TICs y darle el justo lugar a
los pequeños detalles.
¡Es compleja la situación! Sí. Y es aquí donde considero que la educación, en lugar de sumirse en el desespero de creer naufragar en el mar de la indiferencia, ha de reconocer la valiosa compañía de la fe, nunca ausente, en la recuperación de la vivencia de los valores ni en el pasado, ni en el presente y menos en el futuro. Eso sí, tampoco cualquier fe. En este contexto, hablamos de la fe cristiana, esa que tiene como centro y referente a la persona de Jesús, el judío marginal de Nazaret. El hombre por excelencia que movido por la fuerza del Espíritu para saber en-redarse. Así, tenerlo como referente asumir sus coordenadas desde las que nos atrae y envía, sus palabras y gestos. Porque Jesús de Nazaret salva y humaniza también a todo aquel que hace vida en el “nuevo areópago del tiempo nuevo”, como llamó San Juan Pablo II al mundo del internet.
[1] Equipo de la Comisión de Innovación Pedagógica
de la Delegación Episcopal de Enseñanza de Zaragoza: Atender a la Interioridad para Escuchar, página 1
[2]
1
Corintios 12,7
Ser educador en estos tiempos implica un alto nivel de compromiso, no solo el de impartir contenidos sino más bien, de entender la posición y situación particular de nuestros estudiantes, que mejor herramienta que seguir y enseñar a la manera de Jesús, donde nos hacemos pequeños con los pequeños. Los valores se hacen presentes y renacen, cuando somos capaces de entender que ésta generación nos gana en habilidades tecnológicas y que de nosotros depende darles un buen uso y sacarles provecho como herramientas de aprendizaje. Un estudiante que se siente involucrado y participe de su aprendizaje es un multiplicador de valores.
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